TEMPUS FUGIT

 

El proyecto Ecos o Tempus Fugit nació en el año 2007 cuando se despertó en mí el interés por realizar el registro fotográfico de los retratos que posan sobre las tumbas del Cementerio Central de Bogotá. Con el paso de los años, la serie ha crecido mediante la inclusión del registro de los cementerios de otras ciudades y municipios de Colombia como Armenia, Medellín, Santa Marta, Taganga, Bucaramanga y Pasto, entre otros. Posteriormente, empecé a recorrer los cementerios de ciudades del mundo, entre ellas Madrid, Sevilla, Barcelona, Lima, Asunción, Milán, Quito, Buenos Aires, Tokio, Praga y Nueva York. Debido a la exposición a las particulares condiciones naturales propias de los cementerios, estos retratos tienden a evidenciar con mayor intensidad el cambio y deterioro inevitable de cualquier huella lumínica, lo que desemboca en una inevitable degradación y deformación de la imagen y del soporte material del retrato. Este deterioro es de mi particular interés en la medida en que hace evidente el proceso de cambio constante y, de alguna manera, pone de manifiesto la muerte de la imagen materia, anunciando en cierta forma el cambio de episteme en el que entramos y nuestra nueva forma de relación con las imágenes hoy en día. Lo que evidenciamos en estos retratos sobre las tumbas es un comportamiento tautológico, ya que el mismo proceso de descomposición y desaparición está sucediendo en el retrato del referente y en el cadáver dentro del féretro. Las fotografías de la serie se nos presentan como ecos cargados de ausencia, imágenes que, como todo índice, nos remiten y ubican en otro contexto, en un tiempo y espacio impropio; un punto muerto en la historia. De ahí la fuerza, el vació y el sentimiento evanescente que se genera al presenciar estos entes ausentes. Las imágenes en sí se convierten en memento mori que nos recuerdan no solo el inevitable paso del tiempo, sino también la desaparición misma de cualquier referente.

La fotografía es en sí misma un anacronismo; desde el momento de su concepción, esta empieza a ser parte de un tiempo que le es ajeno. Es el eco de otro tiempo y espacio que ya ha pasado y nunca volverá. La imagen fotográfica es la momificación de un instante pasado. Roland Barthes reflexiona acerca del noema de la imagen fotográfica y de su verdadero valor intrínseco de la siguiente manera:

“[…] la fotografía solo adquiere su valor pleno con la desaparición irreversible del referente, con la muerte del sujeto fotografiado, con el paso del tiempo […] En la fotografía del referente desaparecido se conserva eternamente lo que fue su presencia, su presencia fugaz –esa fugacidad, con su evidencia, es lo que la fotografía tiene de patético–, hecha de intensidades. Dicho de otro modo: es imposible separar el referente de lo que es en sí la foto.” (Barthes, 1989, p. 22)

               La esencia de la fotografía es precisamente esta obstinación del referente por estar siempre ahí. Ahora bien, este proyecto nos presenta otra cara de esta sentencia: estos ecos o vestigios de fotografías análogas de los cementerios padecen la misma condición perecedera y orgánica del cuerpo humano. Como cuerpo que se constituye igualmente como imagen materia, lo único seguro es su inevitable descomposición y posterior desaparición.

¿Por qué siempre la misma fotografía? ¿Por qué este hábito memorial otorgado a la imagen materia? ¿De dónde nace este intento fallido de retener la memoria? ¿Es realmente la fotografía capaz de recobrar y traer consigo la imagen de nuestros seres amados? ¿O acaso es precisamente la fotografía la encargada de hacer desvanecer nuestra imagen real de aquellos que han tocado nuestra experiencia de vida? Fue la obstinación latente en dicho gesto de afecto encarnado en ese buzón de papeles blancos el que generó en mí la necesidad de construir este proyectó, tal vez porque yo, igualmente, he tenido que dotar de estas facultades a la fotografía en mi experiencia de vida, para evocar a aquellos seres amados que no tuve la oportunidad de conocer plenamente, sin darme cuenta de lo mucho que estaba dejando de lado en este precario gesto. Entendí que no me interesaba en absoluto el registro fotográfico de los difuntos −quienes poco o nada tienen que ver con mi vida−, de estas aparentes presencias que en definitiva son simplemente finísimas acumulaciones de haluros de plata o en su defecto de pigmentos químicos encapsulados en micro poros. Comprendí la total carecía de sentido que implicaba el acto de re-fotografiar huellas lumínicas de personas que nunca conocí y nunca conoceré, con las cuales no tengo y nunca tendré ningún vínculo de afecto. Frente a esta paradoja encaminé mi búsqueda insaciable de capturar la fotografía post mortem, pero no de las personas, sino de la misma fotografía materia entendida ontológicamente. Este gesto tiene como finalidad evidenciar la imposibilidad que tiene toda fotografía de construir una imagen real y resaltar cómo solo por medio de la muerte de la fotografía en su dimensión materia podemos dar paso nuevamente a la imagen experiencial.

En este punto el lector se preguntará acerca del porqué de mi obsesión con la muerte. En realidad, no tengo ninguna en particular, al contrario, mi obsesión –incontrolable y colosal– es con la vida, con el provecho del instante, con el intento de alcanzar a entender este mundo caótico, sobresaturado de electrónicas e interconectividades en donde las imágenes nos han dejado de afectar, nos han dejado de tocar como consecuencia de su proximidad, instantaneidad y exceso desmesurado de producción. A través de la serie Ecos, como dispositivo, comprendo lo efímera que es la vida en sí misma. Este proyecto busca poder entrar en diálogo con los otros, en conversación con aquellos que también han depositado su afecto y sapiencia sobre las imágenes físicas, con aquellos que todavía piensan en este concepto que pareciera que ha perdido importancia de representación como lo es muerte.

La primera imagen que comprendí de mi existencia provino de mi reflejo generado en la retina de mi madre, ahí me constituí como individuo, identifiqué mi yo. Ese reflejo cargado de intensidades que funcionaba a manera de espejo heterotópico y utópico al mismo tiempo se ha ido de mi experiencia de vida hace muchos años; este proyecto es solo una forma de reencontrarme con ella y conmigo mismo, de revivir esa imagen experiencial llena de matices que incluía todos mis sentidos y que han sido remplazados por algo tan anodino como una fotografía en una lápida.

Dedicado a Zully Torres

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